Tras su resurrección, Jesús se apareció a sus discípulos, quienes enfrentaban miedo y dudas. Para tranquilizarlos, les mostró sus manos y pies, que llevaban las marcas de su crucifixión. Este gesto sirvió como prueba irrefutable de su identidad y de la realidad de su resurrección. Al hacerlo, Jesús abordó directamente sus dudas, ofreciéndoles paz y certeza en un momento de confusión y temor.
El acto de mostrar sus heridas fue profundamente significativo. Demostró que la resurrección de Jesús no era solo un evento espiritual, sino una realidad física. Su disposición a revelar sus cicatrices mostró su comprensión de las dudas humanas y su compasión hacia la necesidad de sus discípulos de recibir consuelo. Este momento enfatiza la importancia de que la fe esté fundamentada en la verdad y la experiencia, animando a los creyentes a confiar en la realidad de la victoria de Jesús sobre la muerte. También resalta el deseo de Jesús de que sus seguidores encuentren paz y confianza en su presencia, sabiendo que ha superado las pruebas más grandes.