En este momento, Jesús se prepara para ascender al cielo, marcando la culminación de su ministerio terrenal. Al llevar a sus discípulos a Betania, un lugar familiar y significativo, crea un ambiente íntimo para este evento tan importante. El acto de alzar sus manos para bendecirlos es profundamente simbólico, reflejando la tradición sacerdotal de bendecir y transmitiendo su autoridad y amor. Esta bendición no es solo un adiós; es una garantía de su presencia espiritual y del empoderamiento que recibirán a través del Espíritu Santo. La bendición de Jesús es una promesa de paz, fortaleza y guía, animando a sus seguidores a continuar su obra con confianza y alegría. Esta escena encapsula la transición de la presencia física de Jesús a su presencia espiritual, que se experimentará a través del Espíritu Santo. Es un momento de cierre y nuevos comienzos, ya que se confía a los discípulos la misión de difundir el Evangelio, fortalecidos por la bendición y la presencia de Cristo.
Y llevó consigo a sus discípulos hasta cerca de Betania; y alzando sus manos, los bendijo.
Lucas 24:50
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