Ezequiel, un profeta durante el exilio babilónico, recibe visiones de Dios y tiene la tarea de compartir estas revelaciones con los israelitas que también están en el exilio. Este versículo captura el momento en que Ezequiel cumple su función como profeta al comunicar los mensajes de Dios al pueblo. Se enfatiza la responsabilidad de aquellos que reciben percepciones divinas de compartirlas con otros, especialmente en tiempos de angustia o incertidumbre.
El contexto de este versículo es significativo porque ocurre en un período en el que los israelitas se sienten abandonados y desesperanzados, habiendo sido llevados de su tierra natal. El papel de Ezequiel es recordarles que Dios no los ha olvidado y que sigue teniendo planes y propósitos para su futuro. Al compartir lo que el Señor le ha mostrado, Ezequiel ofrece un sentido de esperanza y tranquilidad, asegurando que Dios sigue siendo soberano y atento a su sufrimiento. Este acto de compartir visiones divinas sirve como un recordatorio del poder de la comunicación y la importancia de la fe, incluso cuando las circunstancias parecen sombrías.