En el segundo capítulo de Romanos, Pablo continúa su argumentación sobre la justicia de Dios, enfocándose en aquellos que se consideran justos al juzgar a los demás. El apóstol revela que el juicio de Dios es imparcial y que todos, tanto judíos como gentiles, están bajo pecado. La hipocresía es denunciada, ya que muchos que enseñan a otros no practican lo que predican. Pablo enfatiza que la verdadera circuncisión no es la del cuerpo, sino la del corazón, lo que significa que la verdadera relación con Dios se basa en la fe y la obediencia, no en rituales externos. Este capítulo desafía a los lectores a examinar su propia vida y a reconocer que la justicia de Dios se manifiesta en aquellos que viven conforme a su voluntad, independientemente de su herencia étnica.
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