En esta escena, la multitud es testigo de una serie de sanaciones milagrosas realizadas por Jesús. Personas que eran mudas comienzan a hablar, los cojos son sanados, los lisiados empiezan a caminar y los ciegos recuperan la vista. Estos eventos extraordinarios dejan a los espectadores asombrados, lo que les lleva a alabar al Dios de Israel. Este momento es un poderoso testimonio de la autoridad divina y la compasión de Jesús, quien trae sanación y restauración a quienes lo necesitan.
La respuesta de la gente es significativa, ya que refleja una reacción humana universal al presenciar lo milagroso: asombro y gratitud. Su alabanza se dirige hacia Dios, reconociendo que tales milagros son una manifestación del poder divino. Este pasaje anima a los creyentes a reconocer la mano de Dios en las maravillas que los rodean y a responder con alabanza y agradecimiento. También sirve como un recordatorio de la esperanza y la sanación que la fe puede traer a nuestras vidas, inspirándonos a confiar en la capacidad de Dios para transformar nuestras circunstancias.