La valentía y la fe se entrelazan en el relato de los espías enviados a Jericó. Josué, consciente de la importancia de la información estratégica, envía a dos hombres a explorar la ciudad. Allí, encuentran refugio en la casa de Rahab, una mujer cananea que, a pesar de su pasado, reconoce el poder del Dios de Israel. Su fe se manifiesta en su decisión de proteger a los espías, arriesgando su propia vida. Rahab se convierte en un símbolo de redención, y su declaración de fe resuena a través de las generaciones. Este capítulo destaca la soberanía de Dios al preparar el camino para la conquista de Jericó y la inclusión de aquellos que creen en Él, sin importar su origen.
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