El tercer capítulo de Marcos presenta un conflicto creciente entre Jesús y las autoridades religiosas. Al sanar a un hombre con una mano seca en sábado, Jesús desafía las estrictas interpretaciones de la ley, enfatizando que es lícito hacer el bien en el día de reposo. Este acto de compasión provoca la furia de los fariseos, quienes comienzan a conspirar contra Él. En contraste, Jesús llama a sus doce apóstoles, otorgándoles autoridad para predicar y sanar. Este llamado no solo establece la fundación de la iglesia, sino que también muestra la importancia de la comunidad en la misión de Dios. A medida que la oposición se intensifica, Jesús continúa su ministerio, enseñando sobre el reino de Dios y desafiando las tradiciones que limitan la gracia y el amor divinos. Este capítulo subraya la tensión entre la ley y la gracia, un tema central en el mensaje de Jesús.
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