Una voz solitaria se eleva de las cenizas de Jerusalén, dando testimonio tanto de la aflicción como de la esperanza. El hablante, probablemente el mismo profeta, relata un viaje a través de la profunda oscuridad: se siente asediado, atrapado y abandonado por Dios. Sin embargo, en las profundidades de la desesperación, ocurre un momento crucial. Los recuerdos del amor inquebrantable de Dios irrumpen, llevando a una poderosa afirmación: "La misericordia del Señor nunca cesa". Esta realización se convierte en un punto de inflexión, encendiendo un llamado a la autoexaminación y al arrepentimiento. El capítulo entrelaza el lamento crudo con la fe tenaz, ofreciendo un patrón de oración honesta en tiempos de crisis y un recordatorio de la fidelidad de Dios incluso en las horas más oscuras.
Lamentaciones capítulo 3
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