El juicio divino se cierne sobre Jerusalén con una fuerza aterradora. El Señor, que una vez fue el protector de la ciudad, ahora se convierte en su destructor. Las murallas caen, las puertas se hunden y el templo sagrado yace en ruinas. El profeta no escatima en detalles al describir los horrores del asedio y la hambruna, donde incluso las madres son llevadas a actos inimaginables. Los líderes y profetas son expuestos como falsos consoladores que no advirtieron sobre la inminente calamidad. En medio de esta catástrofe, se insta al pueblo a derramar sus corazones como agua ante el Señor. Este capítulo lucha con la tensión entre la ira justa de Dios y Su compasión duradera, desafiando a los lectores a confrontar las graves consecuencias del pecado.
Lamentaciones capítulo 2
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