En la distribución de la tierra prometida, se asignaron ciudades específicas a los levitas, quienes eran la tribu sacerdotal de Israel. Entre estas ciudades se encontraban Golan y Asitot, que fueron dadas a los hijos de Gersón de la tribu de Manasés. Estas ciudades eran más que simples asentamientos; representaban un refugio para aquellos que necesitaban protección y justicia. En la antigüedad, las ciudades de refugio eran esenciales para garantizar que las personas acusadas de delitos pudieran buscar asilo y recibir un juicio justo, evitando así la venganza y promoviendo la misericordia.
Los levitas no recibieron grandes territorios como las otras tribus, ya que su herencia era el Señor y su servicio a Él. Al ser colocados en ciudades como Golan y Asitot, estaban estratégicamente ubicados para llevar a cabo sus deberes religiosos y servir como líderes espirituales en toda Israel. Esto aseguraba que la presencia de Dios se sintiera en toda la tierra, fomentando una comunidad construida sobre la justicia, la misericordia y la guía divina. Las ciudades de refugio, en particular, resaltan el equilibrio entre la justicia y la compasión, un principio que resuena con la narrativa bíblica más amplia.