A medida que los israelitas se establecieron en la Tierra Prometida, la distribución de la tierra fue cuidadosamente organizada para asegurar que cada tribu recibiera su herencia. Sin embargo, la tribu de Leví, de la cual descendían los sacerdotes, no recibió un territorio separado como las otras tribus. En cambio, los sacerdotes, específicamente los descendientes de Aarón, recibieron trece ciudades esparcidas por toda la tierra, junto con sus tierras de pastoreo. Esta provisión les permitió integrarse en la comunidad mientras contaban con los recursos necesarios para su sustento.
La asignación de ciudades a los sacerdotes subraya el valor que se otorga al liderazgo espiritual y el papel de la comunidad en apoyar a quienes sirven en capacidades religiosas. Al proveer para los sacerdotes, los israelitas aseguraron que se satisfacieran las necesidades espirituales de la nación y que aquellos que ministraban en el altar no fueran descuidados. Este arreglo también facilitó la capacidad de los sacerdotes para desempeñar sus funciones de manera efectiva, ya que estaban estratégicamente ubicados en toda la tierra, haciéndolos accesibles a las personas a las que servían.