En este versículo, Dios habla a través del profeta Isaías para transmitir un mensaje de seguridad al pueblo de Jerusalén. El ejército asirio, liderado por el rey Senaquerib, era una fuerza formidable, conocida por su poder militar y conquistas. Jerusalén estaba bajo amenaza, y la gente temía un asedio inminente. Sin embargo, Dios declara que el rey de Asiria ni siquiera entrará en la ciudad, ni lanzará una flecha, ni construirá obras de asedio contra ella.
Esta promesa divina resalta la naturaleza protectora de Dios y su compromiso con su pueblo en pacto. Sirve como un testimonio del poder de Dios sobre los gobernantes y ejércitos terrenales. El versículo subraya el tema de la intervención divina, donde Dios interviene para liberar a su pueblo de desafíos aparentemente insuperables. Invita a los creyentes a tener fe en las promesas de Dios y a confiar en Él para protección y liberación. La seguridad dada a Jerusalén es un recordatorio atemporal de que los planes de Dios no son frustrados por los esquemas humanos, y su voluntad prevalecerá en última instancia.