En un acto profético impactante, Ezequiel se convierte en un símbolo viviente del asedio que Jerusalén enfrentará. Dios le ordena que prepare un modelo de la ciudad y que se acueste sobre su lado izquierdo y derecho durante un periodo prolongado, representando los años de iniquidad de Israel y Judá. Este comportamiento extraño no solo llama la atención de los observadores, sino que también transmite un mensaje claro sobre el juicio inminente. A través de sus acciones, Ezequiel ilustra la severidad de la situación y la necesidad de un arrepentimiento genuino. Este capítulo destaca la creatividad de Dios al utilizar a su profeta para comunicar verdades profundas, recordando al pueblo que sus acciones tienen consecuencias y que el tiempo de gracia se está agotando.
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