En este momento crucial, Dios comunica a Moisés la importancia de su identidad y la continuidad de su relación con los israelitas. Al identificarse como el Dios de Abraham, Isaac y Jacob, Dios subraya su pacto duradero con los antepasados de Israel, asegurándoles su compromiso inquebrantable. Esta conexión con los patriarcas sirve como un recordatorio de las promesas de Dios y su fidelidad a lo largo de las generaciones.
La declaración de su nombre como eterno significa que la presencia y autoridad de Dios no están limitadas a un tiempo o lugar específico, sino que se extienden indefinidamente. Esta certeza tiene como objetivo infundir confianza y esperanza en los israelitas, quienes están a punto de embarcarse en un viaje desafiante de la esclavitud a la libertad. El nombre de Dios, que representa su carácter y esencia, debe ser venerado y recordado por todas las futuras generaciones, sirviendo como un recordatorio constante de su poder y amor.
Para los creyentes de hoy, este pasaje invita a reflexionar sobre la naturaleza perdurable de las promesas de Dios y su fidelidad en sus propias vidas. Anima a confiar en el carácter inmutable de Dios y su capacidad para guiar y proteger a su pueblo en todas las circunstancias.