En el octavo capítulo, Amós presenta una visión de un canasto de fruta madura, simbolizando la inminente cosecha del juicio de Dios sobre Israel. La frase "el fin ha llegado para mi pueblo" resuena con un sentido de urgencia y desesperación. Amós denuncia la injusticia y la opresión, advirtiendo que el juicio de Dios no solo traerá destrucción, sino también una hambruna de la palabra de Dios. La gente anhelará escuchar la voz del Señor, pero no la encontrará. Este capítulo destaca la seriedad del pecado y la grave consecuencia de alejarse de Dios. La advertencia de Amós es clara: la desobediencia y la injusticia llevarán a un tiempo de oscuridad espiritual, donde la verdad será escasa. La visión de la cosecha se convierte en un poderoso recordatorio de la urgencia de volver a Dios antes de que sea demasiado tarde.
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