El reinado de David sobre Judá e Israel es un momento significativo en la historia bíblica, que ilustra la transición del liderazgo tribal a una monarquía unificada. Al principio, David gobernó desde Hebrón durante siete años y seis meses, un período que le permitió fortalecer su liderazgo y ganar la lealtad de la tribu de Judá. Este tiempo fue esencial para que David construyera alianzas y se preparara para la eventual unificación de las tribus.
Después de este período, David trasladó su capital a Jerusalén, donde reinó sobre todo Israel y Judá durante treinta y tres años. Este movimiento hacia Jerusalén fue estratégico, ya que estaba ubicada en un lugar central y neutral, no perteneciendo a ninguna tribu en particular, lo que ayudó en la unificación de la nación. El reinado de David en Jerusalén es a menudo visto como una edad dorada, marcada por victorias militares, estabilidad política y un significado religioso, ya que trajo el Arca de la Alianza a la ciudad. Su liderazgo sentó las bases para un reino fuerte y centralizado, cumpliendo la promesa de Dios de establecer la dinastía de David, que finalmente llevaría a la venida del Mesías.