El décimo capítulo de 2 Corintios marca un cambio en el tono de la carta, ya que Pablo defiende su autoridad apostólica ante las críticas de algunos en la iglesia. A pesar de las acusaciones de ser débil y humilde en persona, Pablo reafirma que su autoridad proviene de Cristo y que su enfoque no es el de imponer su poder, sino el de servir con humildad. Este capítulo enfatiza la naturaleza espiritual de la guerra que enfrentan los creyentes, recordando que nuestras armas no son carnales, sino poderosas en Dios para derribar fortalezas. Pablo invita a los corintios a evaluar su propia vida y a no dejarse llevar por apariencias externas. La defensa de Pablo no es solo una cuestión de orgullo personal, sino un llamado a la integridad y a la autenticidad en el ministerio. Este capítulo desafía a los creyentes a vivir de manera coherente con su fe, buscando siempre la gloria de Dios en todo lo que hacen.
2 Corintios capítulo 10
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