El trigésimo tercer capítulo de 2 Crónicas presenta la historia de Manasés, hijo de Ezequías, quien se convierte en rey de Judá. A pesar de las reformas espirituales de su padre, Manasés se aparta de Dios y se involucra en prácticas idólatras, incluso sacrificando a su propio hijo. Su reinado es marcado por la maldad y la corrupción, lo que provoca la ira de Dios. Sin embargo, tras ser llevado cautivo por los asirios, Manasés se humilla y clama a Dios en su angustia. Este acto de arrepentimiento es escuchado por el Señor, quien lo restaura a su trono en Jerusalén. Este capítulo ilustra el poder del arrepentimiento y la misericordia de Dios, quien está dispuesto a perdonar incluso a los más rebeldes. La historia de Manasés es un poderoso recordatorio de que, sin importar cuán lejos nos hayamos desviado, siempre hay esperanza de restauración en la gracia de Dios.
2 Crónicas capítulo 33
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