En el segundo capítulo, Pablo se defiende de las acusaciones que podrían haber surgido sobre su ministerio en Tesalónica. Con un tono personal y afectuoso, recuerda cómo él y sus compañeros trabajaron arduamente, no solo para predicar el evangelio, sino también para vivirlo. Pablo enfatiza que su motivación no era la codicia ni la gloria personal, sino un genuino amor por los tesalonicenses. Utiliza la metáfora de una madre que cuida de sus hijos para ilustrar su afecto y dedicación. Este capítulo resalta la importancia de la integridad en el ministerio y el poder del amor en la proclamación del evangelio. Al final, Pablo expresa su anhelo de ver a los tesalonicenses, lo que refleja la profunda conexión que siente con ellos.
1 Tesalonicenses capítulo 2
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